El curioso yôkai que se asoma hoy por nuestros excusados se llama kurote (literalmente mano (“te”) negra (“kuro”)), y es un ser procedente de la península de Noto, en la prefectura de Ishikawa que está situada al norte de Kioto y bañada por las aguas del mar de Japón.
No se conoce mucho acerca de este curioso yôkai, aparte de que le gusta asomar la mano por los retretes tradicionales japoneses. Tiene un brazo peludo, lleno de pelo negro, y le gusta tocas los bajos de la gente cuando se agachan para usarlo.
Según cuenta la leyenda hace mucho tiempo, en la provincia de Noto, había un samurái llamado Kasamatsu Jingobei que vivía, como era habitual en aquella época, en una casa grande y bonita. Una buena casa. Un día su esposa fue al baño y algo extraño sucedió. Justo cuando estaba usando el retrete tradicional sintió una mano peluda, que llegó desde la oscuridad del fondo del agujero, y le tocó las nalgas.
Ella salió corriendo y le contó a su marido lo sucedido, pensando que se podía tratar de un travieso tanuki o un kitsune. Jingobei desenvainó su katana y entró en el cuarto de baño con el coraje que caracterizaba a los samuráis, se acercó al inodoro y vio el brazo peludo salir a través del agujero. Sin ningún miedo ni pudor cortó la extraña mano y la guardó en una caja. El resto del brazo desapareció en la oscuridad del hoyo.
Varios días después el samuráis recibió la visita de tres monjes. En realidad eran tres yôkais, pero al estar con su apariencia humana Jingobei no notó el engaño. Los dejó entrar en su casa y entonces el primer sacerdote le dijo:
“Hay una extraña presencia en esta casa…”.
El samurái, convencido de las virtudes de los tres hombres, sacó la caja dónde guardaba la mano y se la mostró. El segundo monje dijo:
“Esta es la mano de una criatura conocida como kurote, que vive en los baños humanos”.
El tercer sacerdote examinó la mano de cerca y exclamó de repente muy enfadado:
“¡Esta es mi mano!”
Acto seguido se transformó en un horrible monstruo de unos tres metros de alto, cubierto de pelo negro, cogió la mano y los tres se desvanecieron.
Pero no quedó así la cosa, algún tiempo después, mientras Jingobei regresaba a su casa a altas horas de la noche, cayó del cielo sobre él un extraño manto. Envuelto y sin poder moverse, fue levantado como a unos siete metros de alto y lanzado violentamente contra el suelo. Cuando pudo reaccionar Jingobei se dio cuenta de que ya no tenía su katana, el kurote se la había arrebatado y no tardó en usarla contra él, cortándole con ella su mano.
“Ahora estamos en paces” dijo.